La fiesta de las Quinceañeras es una ceremonia muy hermosa y familiar; pero hay cuentos de terror y misterio que dicen lo contrario. En esta historia original de Juan Pablo Rivera vamos a descubrir que en este tipo de festejos no todo es felicidad. Prepárate para disfrutar un alucinante relato que te erizará la piel.
CONTENIDO
Cenizas de 15 Años
Autor: Juan Pablo Rivera
El día 26 de noviembre Melissa cumplió sus quince años de una forma muy extraordinaria. Su familia no tenía mucho dinero ahorrado y para ella era importante presumirles a sus amigas el magnánimo evento.
Para ello, les exigió a sus padres festejar su aniversario de manera elegante, contratar un lindo salón, los mejores decorados, suculentos bocadillos, el grupo regional de moda y sobre todo, el vestido más espectacular.
Don Ricardo y Doña Armida, eran muy trabajadores y responsables con sus tres hijos. Todo lo que ganaban, lo destinaban para que la familia viviera cómodamente; pues tenían la prioridad de darle buenos estudios. Creían que al ser profesionistas brillantes podrían salir adelante. Así, ganarían más y cumplirían sus sueños; aquellos que ellos, no habían podido alcanzar.
Como toda niña caprichosa Melissa, les exigía a sus papás ropa y zapatos de marca. Convivía y competía con puras muchachitas adineradas; para ella, su estándar de vida estaba por encima de la comunidad que la circundaba. En ocasiones, renegaba de esa vecindad; donde se topaba con pura gente “naca”. No se sentía cómoda en un ambiente así, porque se creía mucho mejor que los demás.
Cuando cumplió los 14 años, aquella altanera joven ordenó a los de su casa que empezaran a planear el aniversario más importante de su vida. Tenían 12 largos meses para que todo saliera de maravilla; como “una princesa” lo merecía.
Doña Armida y Melissa, se dedicaron en “cuerpo y alma” a buscar el vestido más hermoso y representativo. La niña era “muy especial” y nada la convencía pues pasaban los meses y no se decidía por algún modelo en particular. Una tarde, mientras caminaban sobre una calle del centro de la ciudad, algo atrajo su atención. Se encontraban frente a una tienda de ropa y antigüedades de aspecto muy singular.
La señora dijo sorprendida: «¿Este negocio estaba aquí?, nunca lo había visto». En el escaparate, miró un maniquí perfectamente confeccionado; con un hermoso vestido de XV años color rosa pastel. Ver el traje en esa figurita de madera finamente tallada era una delicia para los ojos de Melissa. Sin más, le dio un ligero tirón a la blusa de su madre y entraron al local.
—¿En qué puedo servirles? —preguntó con voz melodiosa una persona de edad avanzada, dándoles la bienvenida.
—Ese vestido, me encanta ¡lo quiero para mis quince años! —contestó rápidamente la jovencita.
—Perfecto niña —respondió la anciana encargada del sitio—, tienes que probártelo; esa prenda es muy especial. Es del siglo XVIII, perteneció a una de las familias francesas más acaudaladas. La verdad, no sé cómo llegó hasta aquí; pero lo bueno para ustedes es que, como ya tiene mucho tiempo en el aparador, lo he puesto con el 50% de descuento, así que están de suerte —remató diciendo la encargada sonriente.
—Debe ser demasiado caro, es una reliquia muy fina —le murmuró Armida a su hija—. Mejor busquemos en otro lado.
Como si la hubiera escuchado con toda claridad, la anciana le respondió en el momento:
—Señora no se preocupe, el precio es sólo algo simbólico; cualquier otra prenda moderna, le costaría a usted el doble —expresó la viejecita mientras sonreía misteriosamente.
—Bueno, ¿cuál es el precio del vestido? —preguntó ansiosa Armida.
—Porque me han caído muy bien, y sé que en la jovencita el vestido se verá hermoso, se lo dejo en tres mil pesos —señaló con marcada amabilidad la septuagenaria.
En el probador, Melissa miraba en su reflejo una y otra vez el impresionante vestido de finos bordados, parecía recién hecho, el tiempo no parecía haberle afectado en lo más mínimo. Se entallaba perfecto a su delgada figura. Cuando salió del probador, los ojos de su madre destellaron de alegría.
—¡Mi niña hermosa, te ves impresionante, pareces una princesa! —exclamó la feliz madre, demostrando el cariño a su hija; mientras le acariciaba los abultados rizos de color dorado a la muchacha.
—Ahora si todo mundo me va a rendir tributo —pensaba la chica irradiante de alegría, mientras abandonaban el lugar llevando aquella maravillosa prenda entre sus manos.
Después que los preparativos les dejaran abultadas deudas, los Rábago estaban listos para festejar en grande el aniversario de la bella quinceañera. Ella, vistiendo un deslumbrante y maravilloso vestido único y clásico; nunca antes visto en sociedad. Mientras que la familia, llevaba una vestimenta sobria, humilde pero de buen gusto.
A pesar de la tormenta que se destara desde el día 25, la jovencita recibió la bendición en el templo de la «Sagrada Familia», y de ahí salieron al lujoso salón “Rey de las Canteras” donde se llevaría a cabo la recepción del evento. Todo adentro, era de un lujo excepcional, inimaginable para cualquiera de los invitados
Ahí estaba todo el barrio, también las amigas ricas y pudientes de Melissa. Todas se asombraron al ver el hermoso vestido que portaba, habían quedado fascinadas. De inmediato cayeron rendidas ante el encanto de la quinceañera. Una sonrisa de satisfacción y de superioridad, se dibujó en la que desde ese día sería la señorita Rábago.
Las notas de la sinfónica se dejaron escuchar, y se inició con el tradicional vals. Primero fue Don Ricardo el que abrió la pista, seguido de la madre de la festejada. Posteriormente el acompañante de la chica, familiares y amigos en general.
Algo raro estaba pasando con la homenajeada, sentía que sus piernas le pesaban; sus músculos estaban entumecidos. Pensó que se trataba del estrés del momento y de todo lo que había tenido que sufrir para llegar hasta ese día. No le tomó mucha importancia: «Se me pasará en cuanto me sienta más relajada —caviló la jovencita».
Las cosas se complicaron, cuando Melissa entró al baño para corregir su maquillaje y acomodarse el vestido. Ahí, se fijó que unas manchas color ceniza sobresalían en sus tobillos. Entonces, recorrió con sus dedos aquellas imperfecciones y se dio cuenta que algo andaba mal.
Descubrió una especie de rugosidad que la dejó helada. Como si se tocara un carbón que ha sido apagado después de un tiempo. Un gélido sudor recorrió su cuerpo, pues no sentía su piel. De pronto, el vestido comenzó a estrecharse, encogiéndose tanto que, pensó que su pecho reventaría en mil pedazos, luego se desmayó, ese era el final de todo.
Afuera los invitados comenzaron a preocuparse porque la festejada no aparecía por ningún lado. Doña Armida estaba angustiada y convocaba en el micrófono su búsqueda. De inmediato, toda la gente se movilizó; pero otras personas intranquilas, prefirieron abandonar la fiesta.
El ambiente se sentía muy tenso y enrarecido. La lluvia no cesaba; los truenos y relámpagos hacían que todo se tornara pavoroso. El escenario, no era el que corresponde a unos quince años, parecía más bien un entorno sacado del guion de una película de terror.
Al fin los guardias del local actuaron forzando la cerradura del baño para mujeres. De repente, una bocanada con fuerte olor a quemado los recibió. Los más curiosos se quedaron perplejos, los cobardes, salieron huyendo. Cuando el humo se disipó, un grupo de cuatro personas entró y encontraron una montaña de cenizas envueltas en un pedazo de tela.
Ninguna prueba de ADN ha demostrado hasta el día de hoy, que los restos encontrados en el tocador del salón de fiestas “Rey de las Canteras”; pertenecen a Melissa Rábago. El local a un año del suceso, todavía está cerrado.
Es un salón abandonado que nadie quiere rentar; porque se rumora, que por las madrugadas una silueta deambula por los pasillos. Va modelando un vestido muy brillante, nadie ha visto su cara; pero se cree que el ente, corresponde a una jovencita.
Don Ricardo y su familia, llevan tiempo buscando a su hija sin obtener resultados positivos. Doña Armida, ha tratado de encontrar a la anciana que le vendió aquel vestido, pues cree que la desaparición de su hija está relacionada con su compra. En ese extraño lugar donde antes creyó mirar una tienda, sólo se encuentran los restos de un local; que según los vecinos, lleva cerrado más de cincuenta años.
En otra ciudad, lejos de donde vive la familia Rábago, en el escaparate de una tienda de antigüedades se muestra “glorioso” un vestido del siglo XVIII. Es un ejemplar precioso que luce un maniquí perfectamente tallado. La dueña del comercio, espera que la prenda sea comprada por alguna jovencita que arribe a la edad de las ilusiones: Los 15 Años.