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Un Gourmet

Un Gourmet - Un Cuento De Terror Para Leer

A continuación te ofrecemos un cuento de terror para leer y disfrutar con tus amigos. Esta historia de misterio es una obra escrita por Juan Pablo Rivera; un autor que nos sigue deleitando con su excelente narrativa. Esperamos que este relato sea de tu agrado y que nos ayudes a difundirlo con tus conocidos; así el presente proyecto seguirá creciendo.

CONTENIDO

Un Gourmet

Autor: Juan Pablo Rivera

Dentro de la escasa visibilidad provocada por la nieve, Rigoberto pasaba sus manos por el cristal de la ventana tratando de desempañarlo, el frío invadía el pequeño dormitorio pero con el calor de su cuerpo intentaba sostenerse en pie, esperando con ansia la llegada de la primavera.

Hacía tiempo que había llegado a esa estancia, huyendo de los problemas de la ciudad conmocionado por tanto estrés. Con el tiempo, fue entrando en la desesperación, sentía la necesidad de regresar a la selva asfáltica lo antes posible; pero lo detenía un temor: el reencontrarse con su oscuro pasado.

De vez en cuando, sacaba el viejo álbum familiar y repasaba por horas las imágenes. Absorto en sus pensamientos, luchaba contra un mil de sentimientos encontrados. No podía evitar que algunas lágrimas asomaran por el rabillo de sus ojos. ¿Cuánto tiempo tendría que pasar allí?, ¿se habrían olvidado de él todos sus familiares, amigos y compañeros de trabajo? Flotaban en su mente, un sinfín de interrogantes sin respuesta.

Se arrepentía mil veces de su soberbia, de su falta de humildad, de su marcado desinterés por hacer bien las cosas, de no tomar en cuenta las recomendaciones de las personas que lo querían. Ahora, ya era tarde para recomponer la situación y de ponerle rienda a su vida. Sin embargo, estaba ahí para enterrar al monstruo, aniquilarlo de una buena vez, ese era el objetivo y tenía que realizarlo a cualquier precio.

El mal clima, se desvaneció al mismo tiempo que la taza de café. A una distancia aproximada de 800 metros y después de que la borrasca cediera, sobresalía en alto, la chimenea de la familia Rodríguez. Rascándose la barbilla y la sien, se preguntaba qué pasaría con sus cuatro vecinos que hacía un buen tiempo que no los miraba.

—Tal vez se hartaron de este lugar inhóspito. ¡Me alegro por ellos que se hayan marchado! Si yo pudiera, haría lo mismo de inmediato.

Bajó a la sala y tomó el viejo libro de misterios sin resolver. Luego se puso cómodo en el sillón y recomenzó la lectura; auxiliado por una vieja lámpara de gasolina. Las redes eléctricas aún no llegaban hasta aquel boscoso rincón del planeta.

No supo cuánto tiempo se quedó dormido, cuando despertó el libro yacía a sus pies. La escasa leña de la chimenea estaba completamente extinta y la flama de la bombilla aún brillaba; pero con una luz tan tenue que apenas si podía distinguir las letras del título de la obra que estaba en proceso de concluir.

Se levantó pesadamente pero con mejor estado de ánimo y entonces se dio cuenta que la tormenta de nieve empezaba a desatarse de nuevo. Lo cual no le importó, por el contrario, se trasladó contento a la cocina para preparar la cena.

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Rigo abrió la puerta del enorme refrigerador de propano y comenzó a sacar del interior: patatas, tomate, cebolla, zanahoria, apio y algunas aceitunas. La intención, era prepararse algo fuera de lo ordinario. Pensaba en un rico estofado acompañado con un puré de papas que cuidadosamente almacenara días antes. Así que sin pensarlo demasiado, sacó una de las ollas de cocina más grandes que tenía

—La idea es que esta comida me dure para tres días como mínimo —pensó en voz alta entusiasmado.

Una vez que lavó y desinfectó la verdura, empezó a rebanarla lentamente y a apilarla en la tabla de corte. Cuando terminó, comenzó el dilema para escoger la carne adecuada, correcta para el platillo.

Sin perder el entusiasmo, abrió la puerta izquierda de la heladera al tiempo que se tocaba la barbilla con el dedo índice; haciendo una especie de repaso visual del contenido

—Chamorro, costilla, lomo, panza, buche, tripa, pierna, pecho ¿Qué será bueno?

Después de un análisis exhaustivo se decidió por el chamorro, un poco de lomo y medio costillar, todo ello del ejemplar más tierno que tenía.

Descongeló todo en la estufa de carbón y después sazonó las piezas con un adobo hecho con su receta secreta. Posteriormente, depositó el contenido en la olla formando capas con las verduras. Luego, agregó dos litros de agua y dejó que el fogón hiciera el resto.

Mientras regresaría a retomar su lectura; pero antes, colocó cinco leños en la chimenea y procedió a encenderla. El ambiente era gélido, por lo que se frotó vigorosamente las manos, como queriendo mitigar el intenso frio que le impedía mover los dedos con agilidad.

Una hora después, el aroma de la sazón comenzó a invadir la cocina hasta llegar a la sala.

—Este arroz ya se coció —balbuceó el chef saltando del sofá.

Luego caminó de nuevo hacia el fogón para retirar la olla. Al destaparla, inhaló el vapor saliente; al tiempo que decía: «¡Mmh huele exquisito!». 

Dejó correr veinte minutos antes de servirse el suculento guiso. Para ello, escogió uno de sus mejores platos y la cuchillería más fina. Le gustaba emular los escenarios de los grandes restaurantes de comida internacional. De la pequeña cava, sacó un vino tinto cosecha 1985. Lo descorchó dejando que se oxigenara un poco y se sirvió una generosa cantidad dentro de una copa de cristal.

Partió con calma los trozos de carne que casi se deshacían, cuando completó su primer bocado, pasó la lengua por sus labios en señal de que aquel manjar estaba muy rico, rebosó de nuevo la cuchara pero esta vez, sus molares se toparon con algo muy duro, haciendo gestos escupió en la servilleta y miró detenidamente el curioso objeto:

—Son los riesgos de encontrarse con un diente, a pesar de todo, me saqué la lotería con estos vecinos —murmuró—. Los cortes de Carlitos son mucho más tiernos y jugosos que los de su hermana, papá y mamá.

Se frotó la boca con una fina servilleta para hacer una pausa y continuó disfrutando de su receta gourmet.

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