Al pie de la sierra norte del Ecuador, en la Provincia de Imbabura, se yergue San Miguel de Ibarra. En esa blanca ciudad que resurgió de los escombros, aún pueden escucharse algunos relatos que narraban los abuelos. Uno de los más populares es: la perturbadora historia de La Caja Ronca.
Los hechos que originaron La Leyenda de La Caja Ronca ocurrieron en el viejo barrio de San Felipe. Fue a mediados del siglo XIX; cuando el terremoto de 1868 todavía no devastaba ese lugar. A pesar de las adversidades, esta inquietante historia logró sobrevivir para llegar a las generaciones venideras.
Los relatos antiguos suelen distorsionarse con el tiempo porque van agregando o quitando elementos. Esta leyenda de Ibarra tiene distintas variantes; aunque difieren en el nombre de los personajes, todas ellas son muy parecidas. La versión que vamos a compartir, es una de las más conocidas; aquí te la presentamos.
CONTENIDO
La Caja Ronca
La ciudad de Ibarra, se ubica al norte de la región interandina del Ecuador. En dicha población, fue donde empezó a hablarse de La Caja Ronca. Cuentan que, dos adolescentes tuvieron una horrible visión en medio de la noche. Si quieres averiguar qué es esa espeluznante aparición, quédate a descubrirlo.
En el barrio de San Juan Calle, al sur de Ibarra, un hombre parecía preocupado. Era Martín que escudriñaba el cielo y miraba con tristeza que las nubes se disipaban como por ensalmo. No había llovido y su huerta comenzaba a resentirlo, si tardaba en auxiliarla pronto moriría de sed.
Tenía que actuar de inmediato, entonces le pidió a su hijo que fuera al pozo y regara el sembradío. Carlos recibió la orden con desagrado, en su semblante alcanzaba a notarse el disgusto. Después de un rato, se enfiló rumbo a San Felipe para acatar el mandato de su padre.
El chico era bastante distraído y se entretuvo jugando casi todo el día con su amigo. Al oscurecer, la imagen de su papá retornó a su mente; por desgracia había olvidado su encargo. Le propuso a su camarada que lo acompañara; no podía regresar a casa sin cumplir la encomienda.
Los dos mozuelos caminaron entre las penumbras sin imaginar lo que se avecinaba. Al poco, el silencio nocturno quedó interrumpido y un raro murmullo brotó en los alrededores. Eran cánticos lúgubres que resonaban muy cercanos. De repente, un ruido sordo les recordó una historia tenebrosa que rondaba por esos lares.
Relataba que, un grupo de criaturas espectrales emergía de las sombras emitiendo voces infernales. Cuando percibieron el sonido de un viejo tambor comprendieron que la Leyenda de La Caja Ronca era cierta. Oían algunas carcajadas siniestras que se entremezclaban con letanías confusas; aquel susurro tan desquiciante les aceleró el corazón.
Leyenda de La Caja Ronca
De pronto, una extraña procesión surgió de las tinieblas y el tararán tararán de La Caja Ronca retumbó varias veces. Los jóvenes decidieron ocultarse en un árbol, ahí pudieron divisar que algunos encapuchados sostenían velas en las manos. Intuyeron que provenían del inframundo pues se desplazaban sin tocar el suelo.
Atrás de ellos iba un carromato destartalado y sobre él una figura dantesca. Sus ojos eran dos ascuas ardientes que refulgían en la oscuridad. En su cabeza podían verse grandes cuernos y en su rostro una barba cabruna. De sus fauces asomaban dientes afilados, algo que resultaba de verdad escalofriante.
Aquella bestia portaba una capa escarlata y de su cuerpo salían abundantes lenguas de fuego. Conducía un carruaje negro que llevaba una misteriosa caja. Se supone que en ella mantenían resguardadas todas las riquezas del mundo. Dicen que en ese baúl permanece encerrada la avaricia que corrompe a los humanos.
Volvió a oírse un horrendo sonido, fue entonces que los dos amigos descubrieron al hombre macilento. Cargaba un arcaico tambor que hacía retronar; era la legendaria Caja Ronca, esa que reseñaban los abuelos en sus historias. Junto a él, levitaba otro tipo escuálido; algún ente fantasmal que tocaba un flautín.
El cortejo avanzaba hacia donde estaban Carlos y Manuel. Una voz áspera gruñó furiosa: «¡Ya los vi!». Era satanás que había localizado su escondite y les lanzaba una mirada aviesa; cuando lo tuvieron demasiado cerca se desmayaron. Después una risotada diabólica surcó por los aires y los seres sobrenaturales desaparecieron.
A la mañana siguiente los encontraron echando espuma por la boca. Aseguran que en sus manos tenían un cirio blanco; este luego se convertiría en una canilla de muerto. Aunque les dieron agua bendita nunca volvieron a ser los mismos. De puro milagro pudieron burlar a las garras del demonio.
Versión en Audio
Si prefieres escuchar La Leyenda de La Caja Ronca, aquí tienes la Versión en Audio. ¡Que la disfrutes!
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