En los pueblos salvadoreños aún circulan relatos terroríficos; son rumores antiguos que lograron trascender con el tiempo. La mayoría de ellos resultan perturbadores, es el caso de la historia de La Carreta Chillona. Esa espantosa aparición, que transporta a seres del inframundo, ha despertado las más horribles y oscuras sensaciones.
La Carreta Bruja, es una leyenda salvadoreña que empezó a escucharse siglos atrás. Aunque algunos pretendan situarla en una era reciente; todo indica que surgió durante el dominio español. Su origen se remonta a la época de las callejuelas empedradas; en esas fechas que por las rancherías, transitaban burdos vehículos.
Conforme pasaban los años, La Leyenda de La Carreta Chillona fue nutriéndose con diversas historias. A veces, la existencia de distintas versiones termina confundiendo a la gente. En esta ocasión, nos enfocaremos en los relatos más populares del folclor salvadoreño. Si te interesa ahondar en ellos, es hora de conocerlos.
CONTENIDO
La Carreta Chillona
El sosiego de la medianoche desaparece cuando los quejidos de La Carreta Bruja suenan de repente. Sus viejas ruedas chirriantes rozan en los roídos ejes. Alcanzan a percibirse también cadenas arrastrando, esos sonidos se entremezclan con el crujir de huesos. Los ruidos macabros auguran que la diabólica entidad anda cerca.
Dicen que sale de los cementerios y luego se dirige a los poblados vecinos. Algunos creen que su presencia presagia desgracias y anticipa la llegada de la parca. Los abuelos contaban que, La Carreta Chillona era un artefacto maldito que provenía del averno; este terminaba llevándose a las almas impuras.
Los que no pudieron aguantar la curiosidad y decidieron fisgonear de más, ahora yacen en el panteón. Eso le pasó a Cirinla, la mujer que se encontró con un horripilante espectáculo. Aquella vez, advirtió que de la oscuridad brotaba cierta masa espectral; era una figura dantesca que la dejó petrificada.
Unos rechinidos diabólicos le alertaron; fue entonces que columbró al carruaje endemoniado. En los costados descubrió varios estacones clavados, sobre ellos iban calaveras ensartadas. Miró que la plataforma cargaba un montón de criaturas acéfalas, estas se retorcían como gusanos. Tenían la cabeza cercenada y aullaban implorándole clemencia a los verdugos.
El desvencijado carromato avanzaba sin conductor; pero algunos monigotes de paja le seguían. Unos hacían restallar sus látigos, otros blandían con fiereza machetes curvos. La azorada anciana reparó que, de las afiladas hojas resbalaban gotas escarlatas. Una luna rojiza y siniestra, fue testigo de que un final funesto se aproximaba.
Horas después la hallaron agonizando, de su boca manaban enormes cantidades de líquido granate. Antes de expirar reveló su escalofriante visión, confirmó que La Leyenda de La Carreta Chillona es verdadera. Para esclarecer su origen, vamos a rescatar dos relatos famosos: Las Historias de Terencio Pérez y Pedro El Malo.
Leyenda de La Carreta Chillona
En los albores de la Colonia, Don Antolín de Oviedo arribó a la Nueva España. Era un fraile que procedía del viejo mundo y se instaló en las tierras salvadoreñas. Venía con Terencio Pérez, un mancebo que educó desde muy pequeño. A este último, le confió sus mejores conocimientos farmacéuticos.
Cuando la llama vital del religioso se extinguió, el muchacho decidió trasladarse al campo. Recordó los consejos de su tutor, le había encargado que buscara a Juan Tepa; un sabio yerbero que podría instruirle en las artes curativas. De él obtuvo preciados secretos milenarios, los usaría para sanar cualquier enfermedad.
Al faltar su generoso mentor, regresó a la ciudad y abrió una botica. Su prestigio comenzó a crecer y en poco tiempo amasó una considerable fortuna. La codicia endureció su corazón y terminó convirtiéndose en alguien soberbio. Solo atendía a los más poderosos; a los pobres les trataba con desdén.
La actitud inhumana de aquel tipo engreído, sería expuesta al desatarse una epidemia en la región. Como los indígenas no tenían dinero, se negó a consultarlos y muchos de ellos perecieron. Mientras la muerte disfrutaba su festín, un cuerpo descarnado abandonaba el sepulcro; era el cura que volvía del inframundo.
La figura fantasmal se enfiló rumbo a la casa del galeno porque quería reprenderlo. Cuando Terencio vio el ser cadavérico sintió desfallecer, no podía creerlo; estaba horrorizado. Una voz de ultratumba sentenció: «Te condeno a vagar para siempre en la oscuridad, eres alguien insensible; tu espíritu nunca encontrará descanso eterno».
Sus ojos desorbitados demostraban gran terror. Antes de que articulara alguna palabra, Antolín espetó: «Tú mismo recogerás esos cadáveres y los llevarás al más allá». Después de aquella noche el médico desapareció. Su egoísmo y avaricia, causaron que ahora viaje sobre La Carreta Chillona y permanezca atrapado entre las tinieblas.
Historias de La Carreta Bruja
Hace mucho, en algún lugar rural de El Salvador, sucedió la siguiente historia. Ocurrió un 15 de mayo, cuando festejaban al patrono de los agricultores: San Isidro Labrador. En esa fecha memorable, los campesinos arrimaban sus carruajes a la iglesia. Era una tradición añeja que había perdurado en el tiempo.
En las afueras del templo, una larga hilera de carromatos adornados esperaba la ceremonia. Después de la misa, el religioso abandonó la capilla y fue a signar los vehículos. De pronto un carretón destartalado llamó su atención y se encaminó hacia él; al acercarse, un sujeto lo recibió con desagrado.
En el enfadado rostro de aquel hombre, empezaba a dibujarse una mueca maligna. Mientras miraba de soslayo al sacerdote, una risita burlona brotó de sus resecos labios. Sin ocultar su desprecio, masculló con voz ronca: «¡Aléjese! ¡Yo no necesito de su Dios! ¡Mi carreta ya fue bendecida por el diablo!».
Pedro subió al pescante y azuzó a los bueyes; el cura observó que iba directo al santuario. Adivinó sus malas intenciones; ese tipo chiflado quería profanar el sagrado recinto. Los animales no le obedecieron; parecía que habían enloquecido. Retrocedieron en la entrada y se zafaron del yugo, luego huyeron despavoridos.
El rudimentario carro quedó a la deriva, sus rústicas llantas rodaban por las calles del pueblo a gran velocidad. Unos alaridos espeluznantes resonaban a la distancia, se confundían con los chasquidos de la carreta. El párroco sabía que Pedro no escaparía del castigo divino; pagaría sus culpas en el purgatorio.
Desde esa vez La Carreta Bruja pena entre las sombras. El chirriar de sus ruedas y el retemblar de la tierra anuncia su ominosa presencia. Quizás, en ella vaya un perverso personaje, alguien que ofendió al Señor. Cuando oigas sus chillidos evita contemplarla, si lo haces irás derecho al infierno.
Versión en Audio
Si prefieres escuchar La Leyenda de La Carreta Chillona, aquí tienes la Versión en Audio. ¡Que la disfrutes!
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