En Sudamérica existen muchas crónicas antiguas, que trascendieron en el tiempo hasta volverse populares. Las leyendas urbanas del Ecuador son ejemplo de ello; algunas de esas tradiciones, alcanzaron también fama mundial. Así pasó con la historia de María Angula; un perturbador relato que al parecer nació en el Quito colonial.
La leyenda de María Angula, es una de las historias quiteñas más representativas del folclor ecuatoriano. No queda claro su origen; por ello, puede creerse que nació de un invento popular. Se debe quizá; a los hechos tan macabros que describe; algo que sólo ocurre en los cuentos de terror.
De esta famosa leyenda de Quito, se han desprendido algunos relatos que resultan alucinantes. Hay dos versiones muy conocidas; en ambas, la trama tiene ciertas similitudes. Sin embargo, no sucede así con Mariangula; quien es la protagonista principal. Luego podrán descubrir por qué, aquí les presentamos la aterradora historia de:
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María Angula
En algún barrio de la antigua ciudad de Quito, una madre de familia luchaba a diario para conseguir el sustento. Hacía tiempo que vendía comida en un puesto callejero; aquel modesto negocio, le permitía vivir dignamente. Su hija cuando podía la ayudaba; sin embargo, esa niña a veces parecía distraída.
Mariangula era aquella jovencita, alguien que apenas rebasaba los 14 años; sobre ella, trata esta versión. Un relato escabroso y espeluznante, que al pasar los años alcanzó gran popularidad; hasta convertirse en una leyenda quiteña tradicional. La historia se esparció por todo Ecuador; incluso llegó a otras latitudes más lejanas.
La madre de María Angula preparaba unas deliciosas tripas mishqui; un alimento típico de este país. Las ventas prosperaban, porque aquella receta culinaria deleitaba a todos los paladares exigentes. Pero un día la clientela se agolpó en el negocio, y hubo necesidad de ir a comprar más vísceras al mercado.
Cuando mandaron a Mariangula por el encargo, se entretuvo jugando con unos amigos. Sabía que su madre iba a ponerse furiosa; pues había gastado todo el dinero. Más tarde, le llegaría la solución cuando caminaba cerca del panteón. De inmediato entró al cementerio, una descabellada idea ya habitaba su mente.
Descubrió que acababan de enterrar a un difunto; entonces puso en marcha aquel plan. De forma furtiva, esperó que los deudos desaparecieran para acercarse hasta la tumba. Nadie sabe cómo retiró la tierra y destapó el ataúd. Pero extrajo las tripas del cadáver, luego se las llevó a su mamá.
Ese platillo dejó encantados a los clientes. Aquella noche mientras dormía, oyó roncos lamentos que le decían: «Mariangula regrésame las tripas que sacaste de mi santa sepultura». Cuando vio el ser sepulcral comprendió su sacrilegio. Al amanecer, la encontraron con un agujero en el vientre; de allí brotaban algunos intestinos.
Leyenda de Mariangula
En Quito y sus alrededores, también cuentan otra versión de la Leyenda de María Angula. Es una historia que tuvo sus inicios en la Hacienda de Cayambe; durante el periodo colonial. Ese lugar, está muy cerca de la capital ecuatoriana; fue ahí, donde pasó esto que ahora vamos a relatar.
Hace muchos años, vivió una muchacha que no sabía cocinar. Su familia era acaudalada, quizás por eso, nunca aprendió a desempeñar las obligaciones del hogar. Pero la vida cómoda y relajada que llevaba un día terminaría. Tiempo después, se enamoró de Manuel y juntos emprendieron la intricada aventura del matrimonio.
Los problemas empezaron, cuando su marido quiso que lo consintiera con algunas comidas que nunca había hecho. Pero la sagaz esposa, logró complacerlo usando varias recetas deliciosas de la señora Mercedes; una vecina que a diario le compartía sus secretos culinarios. Sin embargo, Mariangula era un tanto malagradecida y engreída.
Cada vez que la cocinera le enseñaba a preparar un nuevo platillo, María Angula mencionaba que ya lo sabía y que era muy fácil. Aquella desfachatez, acabó por fastidiar a esa persona que de corazón ayudaba. Entonces decidió darle una lección; algo que ni la misma recién casada se esperaba.
Cuando Manuel pidió puzun, Merceditas encontró la forma de apaciguar su molestia. Le comentó a María Angula, que el caldo sabroso de tripas se hacía con la barriga de alguien recién fallecido. La muchacha mordió ese anzuelo; minutos después acudió al cementerio y despanzurró un muerto para sacarle los intestinos.
Luego preparó un delicioso manjar que sació el antojo voraz de su esposo. Pero en la noche algo espeluznante sucedió. Se oyeron toquidos en la puerta y una voz de ultratumba que reclamaba: «Mariangula devuélveme las tripas que robaste de mi santa sepultura»; desde aquel día, esa mujer soberbia desapareció.