
En el centro histórico de la Ciudad de México, entre las calles Belisario Domínguez y República del Brasil hay una vieja construcción, se trata del Convento de la Concepción. Es un edificio colonial que guarda un montón de secretos; un lugar misterioso, donde aún pena el fantasma de la monja.
Aseguran que en ese antiguo inmueble, un ser espectral se aparece y a muchos les ha provocado pesadillas. Se cree, que esta terrorífica historia es real porque hay registros que lo avalan. Es una leyenda de la ciudad de México muy conocida, un relato de miedo que la gente cuenta.
La leyenda el fantasma de la monja, es un relato muy antiguo que tuvo sus inicios en la época virreinal, en el tiempo de la Nueva España. Tal vez por eso es tan popular, pues se fue enriqueciendo conforme pasaron los años. Es una alucinante historia que a continuación conocerás.
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El Fantasma de la Monja
Todo sucedió en el siglo XVI, era el tiempo cuando la tierra azteca estaba bajo el dominio de los españoles; en esa época se originó este relato. Los hechos pasaron en terrenos que ahora se encuentran en la capital mexicana; un lugar donde se han gestado gran puñado de historias.
Aunque el inicio se torna impreciso, pues no se conoce el año cuando empezó todo. Se asegura que la historia fue real porque hay evidencias que lo respaldan. Se dice que en ese tiempo, existieron tres hermanos: Alfonso, Gil y María; una familia de renombre, prominente y de clase acomodada.
María de Ávila, la más joven de la familia, era una bella doncella que poseía varios encantos. También tenía un gran defecto; no conocía la malicia. La muchacha, aunque estaba rodeada de lujos, no se mostraba engreída. Su sencillez y amabilidad a todo el mundo cautivaba, aquello sería su perdición.
Los Hermanos Ávila, eran dueños de grandes propiedades; terrenos y ranchos que se extendían por doquier. Su posición social no pasaba inadvertida dado que tenían bastantes riquezas; algo que después los llevaría a la desgracia. La suerte se había torcido y el enemigo ya los acechaba; ellos nunca lo presintieron.
Tiempo después, el destino quiso que María conociera a un hombre: un mozo que trabajaba para su familia. Entonces, fue cuando el peón se percató de que podría escalar hasta las estrellas. Había llegado el momento de enterrar la miseria y la ingenua muchacha sería quien le ayudaría a alcanzarlas.
Aquel mestizo vil y ambicioso, ya tenía su plan: enamorar a María hasta desposarla. Así, podría disfrutar de la gran fortuna que por las noches lo había desvelado. Una treta que la jovencita nunca se imaginó. Muy pronto y sin resistirse, se vería atrapada entre las redes del infame Arrutia.
Origen de la Monja Fantasma
Arrutia, era un tipo sin escrúpulos, alguien que siempre soñaba con montañas de dinero. Desde hacía tiempo, esperaba una oportunidad que lo condujera hacia la riqueza y al fin se cumplirían sus deseos. Sabía que María lo amaba, y sería su mujer aunque se opusiera medio mundo; incluso sus hermanos.
La inocente muchacha creía en el amor sincero que le profesaba el arribista, pero no sabía que aquel miserable se divertía con ella. Sus sentimientos la cegaban, y no alcanzaba a ver la realidad, pensaba que la felicidad la esperaba y prefería soñar despierta; algo que la precipitaría hacia el abismo.
Pero los planes cambiaron; pues un día en la cantina del pueblo, a alguien se le iba de más la lengua. Era el mestizo que anunciaba su próxima boda. El fanfarrón presumía en el tugurio, que pronto sería el mandamás de la región, un chisme que se extendería como pólvora.
Cuando Alfonso y Gil conocieron la verdad, maldijeron al oportunista y lo encararon para pedir explicaciones. Entonces Arrutia con desfachatez aceptó todo, sabía que María lo adoraba y estaba dispuesto a jugarse esa carta con sus hermanos. Aquel canalla pensaba que ganaría la partida y no daría marcha atrás.
Fue entonces, cuando al nefasto personaje le ofrecieron dinero y su precio fue pagado en oro. Viajaría a Veracruz con los bolsillos repletos de monedas, allá encontraría vino y mujeres que lo llenarían de diversión. Debía alejarse de María sin avisarle, así la muchacha se olvidaría de ese capricho.
La ingenua joven al saber que su amado había partido, lloró de amargura. Su ausencia la lastimaba y los sueños construidos se desmoronaban para siempre. Cuando conoció la verdad, pensó que ya nada tenía sentido; sufriría el resto de su vida por desamor, sólo Dios podría sacarla de esa triste depresión.
María en el Convento de la Concepción
Las ilusiones de María se habían desquebrajado y sus ganas de vivir iban apagándose lentamente. Su mundo se tornaba gris y su alma no hallaba sosiego. Un capítulo más, de la historia del fantasma de la monja empezaba a escribirse, una leyenda increíble tan aterradora, que hoy quizá, querrás conocer.
Al ver Alfonso a su hermana muy triste y que vagaba en la oscuridad, le propuso ingresar a un convento. Ella, sin otra alternativa aceptó; Gil también dio su aprobación. Fue así como la afligida joven se vistió de hábitos sacros y se dispuso a entregarse por entero al Creador.
Estaba decidida, puesto creía que el Eterno la salvaría. Pensaba que en aquel santo lugar su corazón encontraría calma, una tranquilidad que deseaba para curar su decepción. En ese recinto buscaría el camino de la fe, un sendero que pudiera conducirla hasta Dios; y al fin, encontrar la paz espiritual.
Al estar ya enclaustrada, oraba y le pedía al Señor que borrara la imagen de su amado. Quizá en su corazón aún existía la esperanza de que él regresara. Pues no conocía las verdaderas intenciones de aquel hombre embustero; dicen que cuando el amor manda no se piensa con claridad.
El ambicioso mestizo no tenía llene y no tardó en retornar de su viaje para pedir más dinero. Aún se ignora si los hermanos de María cedieron a sus exigencias. Algunas versiones cuentan que Gil lo mandó a desaparecer; pero otras afirman que se llevó las bolsas atiborradas de nuevo.
Cuando la monja supo que Arrutia había regresado, su débil corazón palpitó otra vez desbocado; pronto se daría cuenta de la amarga realidad. Su amado se esfumaba nuevamente y ella volvía a quedar herida. No lloraría, ni sufriría más, aquel amor enfermizo tenía que terminar, para ello tomaría una decisión.
La Leyenda del Fantasma de la Monja
Cuentan que una noche, en una celda del Convento de la Concepción se escucharon sollozos. Era alguien que en las penumbras sufría por su historia de amor fallida. Una monja, lloraba de impotencia y tristeza con el corazón roto; aquel ser oraba y le imploraba el perdón a los cielos.
Sólo Dios fue testigo de cómo María se despedía de este mundo ante un crucifijo. El ambiente olía a tragedia; pues aquella mujer estaba decidida a terminar con su martirio. Dicen que cuando la muerte te acecha ya no tienes escapatoria, en esa tenebrosa noche iba a cumplirse tal sentencia.
Luego, salió del cuarto y de forma furtiva se dirigió hacia un durazno. En sus manos llevaba un objeto que usaría para acabar su dolor: una cuerda. Con ella podría tomar un camino, por el cual andaría hasta encontrar la paz; un sendero desconocido donde ya no hay marcha atrás.
De nuevo, lanzó una plegaria para suplicarle a Dios que la perdonara. Luego, subió al árbol y ató la cuerda en una rama; pero antes ya había sujetado el cordón en su cuello. Después, se oyó un horrible alarido, un chillido de agonía que hasta nuestros días se sigue escuchando.
Desde ese día, el fantasma de la monja se aparece por esos lugares, dejando escapar un desgarrador lamento: «¡No Viniste!». Es el espectro de María que aún le reclama a su amado el abandono. Han visto su figura macilenta balanceándose en un durazno, con su lengua de medio palmo colgando.
Su rostro cadavérico es de un ser espectral que viene del inframundo. Los ojos que tiene el fantasma de la monja parecen salirse de las órbitas y viste un hábito santo. Es un ente vengativo que persigue a los enamorados. Ten cuidado si te lo encuentras, porque estarás en problemas.