Las leyendas del diablo mexicanas son parte de la cultura en nuestro país. La historia que a continuación les presentaremos es una de ellas; esperamos que la disfruten.
Se dice que en un pueblito de Guanajuato vivía Filemón Sánchez, un campirano que tenía una pequeña parcela al lado del río; en donde cultivaba maíz y frijol.
Una tarde que cabalgaba en su mula después de una dura jornada, miró a una hembra muy hermosa lavando y desde ese momento se prometió que la haría su esposa.
Macaria era una joven de belleza autóctona, su piel bronceada y su lindo cuerpo habían cautivado al pueblerino; quien desde ese día empezó a cortejarla.
Era la menor de 10 hermanos, criada entre la pobreza y de costumbres muy arraigadas. Sus padres, al saber que Filemón la quería y podía sacarla de aquella miseria; no dudaron en dar el consentimiento para que el campesino la “desposara”.
Un día, el pueblo amaneció de fiesta, pues Filemón se “robó” a Macaria y al ritmo de tololoche celebraban su unión; sin imaginar siquiera, lo que el destino les depararía.
Filemón, ya era un hombre maduro que anhelaba tener sus hijos y creía que Macaria se los daría. Todas las noches la poseía, soñando que pronto llegaría el día que su mujer quedara embarazada.
Transcurrieron los años y eso nunca sucedió, lo que terminó por convertirlo en un tipo de carácter agrio, muy lleno de amargura; que se refugiaba en las cantinas.
Pasaba los días ahogando sus penas con alcohol y de noche, regresaba a su casa para tomar por la fuerza a su esposa; reprochándole que ni a hembra llegaba, pues era más estéril que su mula. Macaria con abnegación, aceptaba lo que con golpes aquel hombre le decía y sólo lloraba su desdicha.
Una noche que el campirano estaba en la cantina; un desconocido lo miró y soltó una sonora carcajada. Filemón creyendo que se burlaba de él lo enfrentó; pero después lamentaría su osadía, pues ese sujeto fortachón de un aventón lo envió a “trapear” el piso.
Dando pasos tambaleantes abandonó el tugurio, se sentía humillado y alguien tenía que pagar por aquella ofensa. Pensaba que su esposa era la culpable de su orgullo herido y debía recibir su merecido.
De inmediato se dirigió a su mula, la sangre ardía en sus venas y deseaba llegar pronto a su casa para castigar a su mujer. Pero cuando quiso montar a la bestia, resbaló cayendo al suelo y al verse en aquel estado, brotaron de sus labios maldiciones.
El animal al oírlo huyó despavorido, abandonando al infeliz hombre a su suerte. Filemón hasta entonces comprendió su error; pues tendría que recorrer varios kilómetros a pie para llegar a su casa.
El campesino sin más remedio, empezó a andar torpemente por un camino que servía de atajo. La noche se tornaba tenebrosa, pues aunque había luna llena, ésta se escondía entre nubes negras; haciendo más tétrico al escenario.
Filemón se sentía tan miserable por no tener descendencia, que en su mente se alojaba la idea de pactar con el Señor de las tinieblas. De pronto se estremeció, cuando esos oscuros pensamientos invadieron su cabeza.
La falta de alcohol en la sangre despertó el miedo de Filemón, entonces le pareció escuchar pasos; como si alguien lo siguiera en esa desolada vereda.
«—Cualquiera que anduviera por este solitario camino, a estas horas de la noche; estaría aterrorizado» —pensó para darse valor.
Inesperadamente, de nuevo los negros pensamientos taladraron su mente. Creía que era el momento de invocar al Ser de la oscuridad, ese que aseguraban cumplía cualquier deseo; para que le concediera la dicha de tener un hijo: el diablo.
—Señor de los infiernos…invoco tu presencia porque quiero que me ayudes a tener un niño; te ofrezco mi alma si es necesario —dijo con voz trémula.
Se cree que el poder de la mente y las palabras es inmenso; aquella noche se confirmaría que ese dicho tiene algo de verdad, pues una criatura dantesca brotó de la oscuridad llamando al campesino por su nombre.
Al verla Filemón, sintió que las piernas le flaqueaban y el terror lo invadía. No podía creer lo que sus ojos miraban, una horripilante figura salida de entre las sombras, con sonrisa diabólica estaba ante él. Fue tanta la impresión del campirano que lo abandonaron sus sentidos; luego ya no supo nada.
Ya era otro día cuando el agricultor regresó al mundo real; estaba en su cama pero no sabía cómo es que había llegado a su casa. A su lado se encontraba su mujer que le sonreía; aquella escena le hizo recordar la mañana siguiente de su boda.
—¡Oh Filemón!, anoche te comportaste como todo un semental, fui tuya las veces que quisiste porque me hiciste sentir hembra de verdad; estoy segura que he quedado preñada —le dijo Macaria al campirano.
—¡Estás bien loca mujer!, la verdad que ni me acuerdo cómo vine a dar al jacal —contestó el ranchero.
—¡Yo te traje!…
La esposa del campirano ya no alcanzó a decir más, pues se dio cuenta que su hombre ya roncaba como una locomotora. De pronto, recordó que el día anterior la mula de Filemón había llegado sin su marido y ella sintiéndose preocupada; montó el animal para ir a buscarlo.
El tiempo siguió su curso y cómo Macaria lo predijo, al fin quedó embarazada; el más grande de los sueños de su esposo estaba por realizarse.
Varios meses después un bebé llegó a ese hogar, era un varoncito de tez blanca de una hermosura envidiable. La madre al amamantarlo, se dio cuenta que le hacía daño a sus pechos dejándolos amoratados.
Filemón al ver los moretones, quiso tomar el pequeño en sus brazos; pero éste volteó a mirarlo de una forma siniestra. Fue entonces, que se percató que algo no andaba bien, pues los ojos de aquella criatura eran zarcos.
El hombre lleno de rabia, desenfundó su machete y acabó con la vida de Macaria para lavar aquella afrenta. Ya nada importaba, también mataría al bastardo; no sería más, la burla de nadie.
—El niño no tiene la culpa de que seas más estéril que tu mula —bramó el diablo con una voz cavernosa.
El ranchero no lo podía creer; ante él se dibujaba una horrenda criatura de ojos azules como el mar. Entonces se dio cuenta, que el extraño visitante era el padre del pequeño.
—Así es amigo… es mi hijo, como no sirves para engendrar tuve que darte una ayudadita —dijo el demonio con una sonrisa burlona.
Filemón al escuchar aquellas palabras, hundió el machete en su cuerpo. Era la hora de cumplir su palabra; pues una noche anterior, había empeñado su alma con el Señor de los infiernos.
Las leyendas del diablo, aunque nos despiertan el miedo siempre resultan un deleite leerlas y en las historias mexicanas, tal personaje es uno de los actores principales. Te invitamos a disfrutar otros relatos terroríficos que tienen de protagonista a ese ser maligno; ojalá que sean de tu agrado.