Hay relatos que dan miedo; pero también consiguen dejarnos ciertas reflexiones que deberíamos analizar a profundidad. La siguiente historia es una leyenda mexicana corta que cuenta sucesos paranormales que pueden aterrorizarnos; hechos sobrenaturales que podrían asustarnos y al mismo tiempo brindarnos enseñanzas valiosas. Esperamos que sea de su agrado.
CONTENIDO
Vivir Para Servir
Historia original de Juan Pablo Rivera
En el Hospital Excélsior, uno de los mejores de Ciudad Lucecita, a los 84 años y a pesar de todos los intentos médicos habidos y por haber, exhaló su último aliento don César Vega una de las personas más acaudaladas e influyentes de todo el estado y parte del país, de hecho sus inversiones en su máximo histórico rebasaron las fronteras hacia otras partes del orbe.
De joven, fue emprendedor empecinado en enriquecerse a costilla de lo que fuere. Con el tiempo rozó las esferas políticas, encumbrándose en los más altos puestos públicos. Su carrera siempre estuvo en ascenso: primero con regidor, después como alcalde de la ciudadela, hasta llegar a ser gobernador.
Una persona ejemplar y con un gran historial administrativo, pues también pasó por senadurías y diputaciones en muchas ocasiones. Se hizo asiduo enemigo de su propia pobreza hasta convertirse en el “Zar de las Inversiones”, hombre recto, honorable, trabajador, a las luces de la sociedad.
Al otro lado de la ciudad, en una modesta cama del Hospital Popular, Gelasio Martínez logró despedirse de buena manera de todos sus seres queridos minutos antes de soltar “el cordón plateado” que lo ataba a la tierra. Hombre incasable, trabajador asalariado, supo llevar a buen puerto a toda su familia, les dio una buena educación, los alimentó, los vistió y calzó y, lo más importante: les brindo amor y cariño.
El poco tiempo que le quedaba libre, después de realizar las jornadas excesivas y agobiantes de su labor, lo dedicaba en cuerpo y alma a sus hijos. Después de haber trabajado por espacio de 45 años: 2,340 semanas; 16,380 días; más de 131,000 horas; y una vez que cumplió 65 abriles se jubiló y lo pensionaron con apenas 2,500 pesos al mes.
Cansado, enfermo, muy trabajado pero satisfecho por haber cumplido con sus responsabilidades, feliz se despidió de sus deudos a los 84 años. Sus familiares conscientes de la realidad, tristes pero con la certeza de que Gelasio iba a un mejor lugar, aceptaron con resignación su deceso.
En sentido opuesto, Catalina viuda de Vega, mujer fuerte, ultimaba los detalles del sepelio con su hija Margarita, la mayor de cinco hermanos. Mostrando su carácter recio, enlistaron una serie de actividades en orden cronológico para despedir a don César con todas las de la ley.
Una semana duraría aquel plan que incluía la velación, la misa, la inhumación; además de una serie de festividades y reconocimientos en todo el estado que se darían en honor al Gran Señor, dador caritativo, varias veces ganador del “Premio Paz y Progreso” por su desinteresado altruismo. El Jardín del Eterno Descanso, uno de los más exclusivos y costosos, seria el escenario final donde reposarían los restos del “Gran Estadista”.
La ahora “sola”: Carmelita, hacia los preparativos con sus dos hijos varones, Alberto y Juan para velar y sepultar a Gelasio en el Panteón Municipal. La “Funeraria del Norte” trasladó el cuerpo del occiso para realizar las labores de necropsia correspondientes.
En una mesa con acabados de azulejos prepararon el cadáver de Martínez. “El embalsamador” quedó sumamente sorprendido por la quietud y la paz que reflejaba el rostro, daba la impresión de que sonreía como si su alma hubiera trascendido a un lugar dichoso, de mucha luz. De hecho no necesitaron maquillarlo, ni ponerle nada en la mandíbula; porque su estado era curiosamente incorruptible.
Por su parte, al Patólogo y Forense del “Eterno Descanso” se le complicaron las cosas en demasía. El rictus de desesperanza, agonía, dolor, miedo y angustia que presentaba el cuerpo y la cara del señor Vega; no le permitía terminar a bien su trabajo. A pesar de utilizar todos los recursos, no logró que el frio semblante del difunto transmitiera paz, serenidad y descanso.
En las instalaciones lujosas del “Jardín” se veló el cuerpo de don César. Al lugar, se dieron cita los más apoderados personajes de la política, del sistema empresarial y religioso de todo el estado y parte del país. Adornos florales y coronas artificiales se podían contar por cientos o tal vez miles.
Se le brindaron cinco “guardias de honor”. Uno de los poetas nacionales más sobresalientes le dedicó un Soneto al que llamó: “Hombre de Honor”, en el que plasmó los más puros sentimientos que se le pueden brindar a una persona de bien.
El Gobernador en turno, pidió un minuto de silencio por el eterno descanso de uno de los más grandes “hacedores” del quehacer público. La Banda “Tierra y Libertad”, compuso y le cantó un “Corrido” al que llamó “El César de Ciudad Lucecita”.
El más alto jerarca católico de la entidad ofició la misa y, en sus 45 minutos de sermón, derramó miel de alabanzas sobre aquel cuerpo inerte; hasta llegar a comentar al término de la homilía, que por sus actos, podría ser considerado un “Mártir”, un “Santo” sobre la tierra.
Todo mundo derramó lágrimas y el sufrimiento parecía no tener fin, la pérdida de aquel “Ángel del Señor” era irremediable, habría que prescindir de él, de aquí en adelante. “Quien no vive para servir, No sirve para vivir” fueron las palabras con las que el Jefe Religioso dio por terminada su divina intervención.
Un ambigú sorpresa, con caviar, champagne, vinos de mesa, y numerosos bocadillos, sirvió para mitigar un poco el dolor que sentía la muchedumbre.
El velorio de Gelasio fue sencillo, acudieron sus familiares más allegados, amigos y compañeros de toda la vida. Doña Queta dirigió un mensaje a la familia y decidieron dedicarle algunas plegarias y un Rosario por el descanso del señor Martínez.
Por la madrugada, Juan y Beto llegaron cargando algunas ollas repletas de tamales y de champurrado para darles de cenar a los presentes; como costumbre de buena fe por hacerles el favor de acompañarlos en el último adiós del Padre de la Casa.
Unas horas antes de levantar el cuerpo de don César, una persona de edad avanzada, de largos cabellos cenizos y de barba sumamente pronunciada, burló la seguridad y caminando entre la multitud se acercó al féretro para observar al finado.
Con lágrimas en los ojos, se dirigió a la familia y le expresó su dolor por aquel personaje pronunciando unas palabras que cayeron como cubetadas de agua helada sobre los presentes:
—«Nunca vivió para servir y por lo tanto nunca sirvió para vivir, siento mucha pena y dolor, porque en el sitio donde está ahora el señor Vega, es un espacio en la nada donde le será enseñado a base de severos castigos que se viene al mundo a cumplir con compromisos espirituales por encima de los materiales. Este hombre en su afán de poder atropelló muchas vidas, engaño, mintió, robó descaradamente y asesinó.
—»Hagan de cuenta, que se le dio un estado de cuenta con un millón de amor y con sus actos hostiles se descapitalizó; al grado de quedar en números rojos y ahora, tiene que saldar la cuenta —dijo el anciano agachando la cabeza, al tiempo que desaparecía entre la turba».
Margarita reaccionó y fue en su búsqueda para reclamarle por su postura. Salió hasta la calle principal, para descubrir a lo lejos una silueta luminosa envuelta en un traje de color dorado que se elevaba hasta perderse en el infinito. Volteó hacia todos lados, buscando algún otro testigo que le confirmara lo que había visto; pero estaba sola, nadie pudo secundar aquel extraño suceso.
El enterrador del Panteón Municipal, clavó la pesada cruz de madera sobre el terreno Posteriormente formó a base de paladas de tierra, el montículo para delimitar la tumba. Los presentes, dejaron uno a uno un pequeño ramo de flores hasta cubrir en su totalidad aquel cerro de aluvión.
Al caer la tarde, Carmelita, Alberto y Juan se despidieron; no sin antes rezar algunas plegarias y encender cuatro veladoras (una en cada esquina). Cuando salieron del portón principal, se toparon con un viejo que portaba una túnica luminosa y que irradiaba una extraña energía que los lleno de paz y de resignación. Lo siguieron de soslayo hasta que se perdió entre el encumbrado de algunas tumbas.
El domingo siguiente, Carmelita y sus dos hijos se hicieron presentes nuevamente en el cementerio; pero de manera inexplicable, en el lugar donde estaba sepultado don Gelasio encontraron un altar con un diseño poco convencional: se alzaban tres torres pequeñas en la cabecera de la tumba.
En una de las puntas un sol, en otra una estrella y en la última una luna. Un fino cristal cubría una lápida tallada en granito que tenía la siguiente leyenda en letras que irradiaban un brillo excepcional: “Gelasio Martínez un ser que Vivió Para Servir y Sirvió Para Vivir” D.E.P. †