Entre las vetustas historias anidan mensajes y enseñanzas invaluables. De esas viejas narrativas emana La Capa del Estudiante, leyenda quiteña gestada en el ocaso del siglo XVIII. En ella se evidencia que la negra conciencia puede erigirse como un fiero enemigo; esta sensación amarga, con el tiempo, va tornándose dañina.
Lo que empezó hace muchos veranos como un rumor callejero acabó convirtiéndose en la Leyenda de La Capa del Estudiante. Este relato, quizá, se originó de algún evento inesperado sin explicación. El devenir de los años y las murmuraciones del vulgo, al final, lograron darle una gran relevancia en Ecuador.
Dos centurias han transcurrido, y aún este impresionante caso cautiva a propios y extraños. En las tertulias, despierta emociones imbuidas de terror. Es una leyenda tradicional del Ecuador, representativa de Quito. Su protagonista, un muchacho desleal que se topó con un cruel destino; sin más dilación, hoy presentamos su historia.
CONTENIDO
La Capa del Estudiante
El fin del periodo académico estaba bastante próximo, y los educandos se alistaban para el examen. Mientras unos aguardaban con ansias el magno suceso, Juan de la Vega, alumno sin recursos y huérfano desde la infancia, contemplaba cabizbajo sus zapatos deslustrados. Su destreza intelectual resaltaba ante la dificultad que enfrentaba.
La suerte adversa acorralaba al pobre joven y comenzaba a desesperarlo aquella situación. Sus apuros económicos habían crecido con la ausencia de su familia. Nada quedaba de sus progenitores, sólo añoranzas y recuerdos que lastimaban a su ser. Sus ojos se empañaron, y un suspiro hondo brotó de su corazón.
La capa del estudiante parecía una buena alternativa para afrontar el problema. Podía empeñarla o venderla y comprarse unos botines elegantes, pero descartó la idea. Prefería conservarla por todo lo que significaba en su vida: era el legado de su padre y no estaba dispuesto a cortar ese vínculo sentimental.
Los trémulos dedos del muchacho se posaron en el regio capote español. De nuevo, una sensación de nostalgia embargó su interior y renegó de las penurias. Debía olvidarse de la ceremonia; sería vergonzoso asistir en tales fachas. No iba a tolerar las risas burlonas y los desplantes de la gente.
Sin poder ocultar su tristeza, caminó hacia la salida del salón escolar. Uno de sus amigos lo siguió para averiguar qué le aquejaba. Cuando descubrió el motivo de su aflicción, se propuso ayudarlo. Decidió solicitar a sus compañeros algo de dinero, confiando en que aceptarían sumarse a tan noble causa.
La cara de Juan se iluminó al sentir las monedas en sus manos; estaba feliz por salir del atolladero. Andaba muy errado; su alegría languideció cuando supo que una macabra prueba lo esperaba. Alguien le aclaró que, si quería ganarse ese premio, debía realizar un encargo espeluznante en el camposanto.
Leyenda de La Capa del Estudiante
La envidia de Pepe Estrella emergió de repente; era necesario darle una lección a ese miserable. Le provocaba resquemor que un tipo insignificante tuviera tantas cualidades. Juan sospechó que su antagonista había concebido el siniestro plan. No se equivocaba, de todos modos, iba a demostrarle que también podía ser valiente.
El rostro del humilde mozo se tornó sombrío cuando el malévolo hombre le dijo: «¡Prepárate para ir a ver a tu amada en su frío aposento!». Rememoró entonces a Consuelo, la chica a quien había traicionado tiempo atrás. Una profunda pena le azotó, porque la culpabilidad seguía persiguiéndolo sin descansar.
Su mente voló hasta el pasado y una horrible escena empezó a revelarse: su novia exánime que yacía con sus ojos vidriosos. Nunca pudo superar la decepción amorosa y ella misma puso fin a su existencia. La hallaron tendida en su cama; sólo un frasco de pócimas malditas le acompañaba.
Decían que el espíritu de la joven malograda vagaba errante en los alrededores del panteón. Para apaciguar la conciencia, Juan acudía todas las tardes a depositar flores en su sepulcro. En ese lúgubre lugar, rogaba por su eterno descanso; a veces, se postraba con el rostro desencajado e imploraba perdón.
El atormentado mancebo aceptó el perverso trato; a sus 25 años, era ridículo temer a los muertos. A medianoche, varias figuras misteriosas corrían entre las penumbras, muy cerca de «El Tejar». Poco después, en aquel cementerio, una silueta avanzaba furtivamente; se dirigía a donde reposaba el cuerpo de la finada.
Con el martillo, hincó un clavo en la tumba de la suicida. Luego giró sobre sus pies para retirarse, pero algo lo impidió. Se horrorizó al imaginar que detrás, una mano huesuda sujetaba la capa del estudiante. Su corazón palpitaba acelerado y terminó cayendo en un pozo de perpetua inconciencia.
Versión en Audio
Si prefieres escuchar La Leyenda de La Capa del Estudiante, aquí tienes la Versión en Audio. ¡Que la disfrutes!
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