Saltar al contenido

Leyenda de Cantuña

La Leyenda de Cantuña - Historia Popular Ecuatoriana

Si existiera alguna manera de viajar al mundo antiguo podría conocerse mejor el pasado. Aunque esto parezca inalcanzable, es posible recuperar hechos fascinantes de esa era. Ha sido a través de tradiciones orales que fueron propagándose en el tiempo. Una leyenda de quito de ejemplo, sería la Historia de Cantuña.

Se trata de una leyenda popular del Ecuador que surgió en los tiempos coloniales. Durante ese periodo, la Cultura Inca tuvo que someterse al dominio español. Por aquel entonces, en la ciudad de Quito, vivía un indígena que era conocido como Cantuña. Sobre este sagaz personaje, girará la presente historia.

Si quieres ganarle a un chapucero, hay que jugarle en el mismo terreno. Esta leyenda quiteña, demuestra que también puede vencerse al maestro del engaño. Con fe y algo de audacia, el nativo logró derrotar a satanás. Descubre cómo le hizo Cantuña, para salvar su alma del enemigo de Dios.

Historia de Cantuña

La siguiente historia, se sustenta en relatos que la gente de antes iba contando. Es probable que algunos suenen un tanto fantasiosos, pero otros podrían apegarse a la verdad. Los hechos que van a narrarse ahora, quizás tengan cierto toque de ficción, sin embargo; estos partieron de una comprobada realidad.

Se cree que, el protagonista de esta historia descendía de la nobleza incaica. Cuando el general Rumiñahui atacó a Quito, Cantuña quedó atrapado en las llamas. Era todavía un bebé y no sabía que lo abandonaban a su suerte. Quiso el destino que un conquistador lo librara de aquella desgracia.

La misma persona que lo rescató de morir decidió cuidarlo y quererlo como un hijo. Al parecer fue Hernán Suárez, un español que navegaba entre penurias financieras. La mala administración le conducía hacia el naufragio económico. Años después, su protegido tomaría el timón para que esa barca no se hundiera.

Cuando el colonizador abandonó el mundo, dejó una cuantiosa fortuna que heredaría a su pupilo. Este, supo multiplicar los bienes y pronto pudo convertirse en alguien acaudalado. Entonces se extendió el rumor de que esas riquezas eran mal habidas. Circulaban diversas historias tenebrosas de que hacía tratos con el demonio.

Algunas crónicas, hablan de un hombre bastante generoso que hacía grandes donaciones a la iglesia. Cada vez que los religiosos recibían una aportación, estos querían saber de dónde provenía el dinero. Cantuña con seriedad les contestaba, que se lo regalaba un amigo muy poderoso, quizá de ahí nacieron tales murmuraciones.

En la Leyenda de Cantuña existen incógnitas que son difíciles de resolver. Su origen viene siendo incierto y por eso, se dieron variaciones en el transcurso de los años. Casi siempre, hay una versión que resulta más interesante para el pueblo. En este caso, es la que presentaremos a continuación.

La Leyenda de Cantuña

Alrededor del año 1680, en el centro de Quito; ocurrieron los hechos que vamos a contarles. En ese tiempo vivía Francisco Cantuña, uno de los personajes más populares de las leyendas ecuatorianas. Los rasgos quechuas delataban su ascendencia inca, se decía que en sus venas corría sangre del guerrero Rumiñahui.

El indígena había alcanzado gran reputación en toda la región, pues demostró que poseía conocimientos arquitectónicos. Muchos sabían que era un hábil constructor y su fama continuó creciendo hasta despertar el interés de los padres franciscanos. Los párrocos decidieron visitarlo para encomendarle una misión que se antojaba un tanto complicada.

Tal vez te interese leer la siguiente historia:  Leyenda de La Silampa

El Atrio de la Parroquia de San Francisco debía concluirse en sólo seis meses. El nativo comprendió que sería una tarea titánica, no podía negarse porque la retribución era bastante atractiva. Su ego y ambición lograrían persuadirlo; así fue como emprendió el viaje que lo haría zozobrar en mares tempestuosos.

Estaba consciente que había empeñado la palabra y su honor pendía de un hilo. Tendría que actuar de inmediato, si es que quería salir avante de ese compromiso. Iba a ser necesario conseguir ayudantes eficientes. Con su apoyo y un buen plan de trabajo, podría culminarse la obra a tiempo.

Semanas después, varios grupos de peones realizaban sus faenas. Su jefe los supervisaba alentándolos a seguir dando su mejor esfuerzo. Había avances en la construcción, pero luego las actividades quedaron detenidas. Los colaboradores desertaron y dejaron al proyecto estancado. El contratista miró que la ruina le sonreía de manera siniestra.

El plazo fijado se aproximaba y la desesperación de aquel hombre corría desbocada. Mientras caminaba por la calle y maldecía su suerte, un resplandor lo sorprendió. Pensó que algún enviado del Señor bajaba a socorrerlo desde las alturas. Nunca esperó que el extraño visitante fuera el padre de la mentira.

Cantuña y su Pacto con el Diablo

«Sé que te encuentras afligido por faltar a la promesa. Aleja las preocupaciones, porque he venido a solucionarte los problemas», retumbó aquella voz cavernosa. «Para mí no existen imposibles, esta misma noche puedo finiquitar tu encargo, pero debes entregarme algo a cambio», dijo la grotesca aparición esbozando una sonrisa aviesa.

Con palabras trémulas el indio preguntó: «¿Qué desea, acaso es usted… el amo de los infiernos?». El ente contestó: «Quiero tu ser… y sí, yo soy Lucifer. Hagamos un trato, si el atrio queda listo antes del amanecer perderás tu alma». «Acepto, pero tendrán que estar colocadas todas las piezas.

Resonó una espeluznante carcajada que hizo trepidar al nervioso albañil. Así sellaba Cantuña su pacto con el diablo; ya no podía dar marcha atrás. De pronto, brotaron muchos servidores del maligno; eran criaturas demoniacas que llegaban desde los confines del averno. Su comandante les había llamado para esa nueva comisión.

El príncipe de las tinieblas ordenó que comenzaran a bregar sus lacayos y ellos acataron obedientes. Los siervos de satán demostraron que eran expertos en esos menesteres. Su fortaleza sobrehumana les permitía transportar gran cantidad de materiales muy pesados. El alarife se mostraba desconcertado pues estaba en riesgo su vida.

Cientos de pequeños diablillos, seres horripilantes y monstruos fortachones trabajaban con empeño. Pasaban las horas y los avances martirizaban a Cantuña. Presentía que un abismo de horror le aguardaba, luego lo devoraría sin compasión. Se escabulló en las sombras para llorar su desdicha o quizás a rezar por un milagro.

El atrio fue terminado antes de clarear y el diablo exigió su pago. «No cantes victoria, olvidaste poner esto», dijo el astuto indígena enseñando algo que había escondido. Ahí se leía: “Quien crea en Dios podrá colocar esta pieza”. Así Cantuña conservó su alma y Satanás partió al infierno humillado.