La soberbia suele producir malos comportamientos en la mayoría de las personas. A veces, genera grandes problemas que acaban en terribles desenlaces. El Gallo de la Catedral es una leyenda de Quito que aborda ese tema. Esta historia ecuatoriana deja de manifiesto que la arrogancia y el alcohol no combinan.
La Historia del Gallito de la Catedral, empezó a oírse desde hace muchos ayeres en la capital de Ecuador. Quizá se piense que surgió del imaginario popular, pero esta leyenda quiteña es real. Los ancianos lo confirman, cuando le comparten a sus descendientes esos fascinantes relatos que contaban algunos antepasados.
Una de esas narraciones es La Leyenda del Gallo de la Catedral. A dicha historia la envuelve un ambiente de misterio, donde aparecen de repente ciertos elementos sobrenaturales. Incluso, pueden encontrarse varios mensajes reflexivos. En ella hallarás suspenso, terror y lecciones de vida. Prepárate para deleitarte con el siguiente relato.
CONTENIDO
El Gallo de La Catedral
En el Centro Histórico de Quito, está ubicada La Iglesia Metropolitana. Este antiguo lugar, ha sido testigo de increíbles acontecimientos que pueden evocarse a través de relatos. Es el caso de la leyenda ecuatoriana conocida como El Gallo de la Catedral. Sobre ella girará la narración que vamos a ofrecer.
En las calles aledañas a La Plaza de la Independencia, vivía quien daría origen a esta famosa leyenda de Ecuador. No se sabe con exactitud desde cuándo ocurrieron los hechos; pero ya tiene añales que acaeció dicha historia. Trata sobre un sujeto petulante que resultaba antipático por los malos modales.
Era Ramón Ayala y Sandoval, un caballero adinerado que solía creerse muy superior a todos. Su forma de proceder, se exacerbaba cuando en las tardes acudía a tomar unos tragos de licor. Llevaba una vida sin privaciones y eso, le permitía disfrutar de placeres que lo alejaban de la realidad.
La farra y las bohemias eran su debilidad; también las caricias de Mariana. Los chismosos aseguraban que, entre él y la mestiza había más que amistad y no andaban errados. Ambos se entendían y por eso visitaba seguido aquel negocio; allí además de divertirse, saboreaba las mistelas que ella preparaba.
El potentado gozaba de las mejores comodidades como correspondía a su clase. Acostumbraba despertar temprano, pues ya le esperaban excelsos manjares dispuestos en la mesa. Luego del copioso desayuno iba a la biblioteca para sumergirse en la lectura. Cuando lo invadía la somnolencia se entregaba a los brazos de Morfeo.
Después de la siesta se acicalaba y salía de su habitación destilando elegancia. Eran las tres de la tarde, cuando abandonaba aquella mansión para dirigirse al local de su querida. Antes de llegar veía la cúpula de la parroquia y mascullaba: «Ahí está ese adefesio, El Gallito de la Catedral»
Leyenda del Gallo de la Catedral
Ramón era un tipo engreído, que nunca perdía la oportunidad para sacar a relucir su vanidad. Tendría unos cuarenta años y creía que todos debían postrarse ante sus pies. Su linaje le hacía pensar que podía vilipendiar a cualquiera. Pero esa clase de individuos, terminan hastiando hasta al propio demonio.
En las parrandas quería ser el centro de atención y algunos de los presentes tenían que soportar sus irreverencias. Lo escuchaban tocar guitarra y entonar canciones populares al calor de las copas. Más tarde cuando ya estaba ebrio vociferaba: «Yo soy más valiente que el despreciable gallito de la catedral».
Las bravatas de aquel borracho pendenciero a muchos exasperaban. No obstante, la gente lo ignoraba porque sabía que con la bebida incrementaban sus alardes. Después de un rato dejaba la taberna para encaminarse a su casona. Al mirar de nuevo El Gallo de la Catedral lanzaba otra vez varios improperios.
Un día que volvía de la juerga, le pareció advertir que la odiosa figura galliforme se burlaba. Sentía que su sangre hervía de coraje y comenzó a insultarla. Entonces algo horrendo sucedió: el ave diabólica iba aumentando de tamaño. Luego, el ser infernal descendió para atacarlo con una furia desmedida.
Los espolonazos y picotazos de aquel animal monstruoso golpeaban y laceraban a todo su cuerpo. Mientras eso sucedía, una voz terrorífica se escuchó que reprochaba: «Me tienen muy fastidiado tus ofensas y presunciones, prométeme que pararás de hacerlas». El humillado hombre respondió: «Lo juro Señor, pero ya detente por favor».
Tuvo que venir un engendro de satanás para escarmentar al insolente personaje. Otros piensan que fue sólo alguna alucinación o que alguien le jugó una broma macabra. Sin embargo, desde aquel incidente la humildad y gentileza derribaron las puertas de ese duro corazón; quizá haya sido algún milagro de Dios.